Mi viaje comienza en 1957 en un pequeño pueblo de montaña: Sort. En otra historia, este hecho tal vez sería irrelevante, pero no en mi caso. Nacer y vivir en Sort siempre ha sido un reto.

Desde muy joven tropiezo con los primeros obstáculos, aunque de forma más bien inconsciente: entre los años sesenta y ochenta, la enseñanza en la comarca del Pallars Sobirà es precaria y pronto descubro las difrencias con la gran ciudad.

Pero también son años dulces, durante los cuales forjo una ilusión, inquietud y particular perspectiva por las cosas que me acompañarán siempre y que resultarán especialmente provechosas en la edad adulta.

Nacer en Sort fue todo un reto que desde muy joven me ha motivado a intentar poner en marcha negocios desde este insignificante punto del mapamundi, que cuenta con una geografía nada propicia para ceder a los mercados potenciales: rodeado de montañas, de difícil acceso y alejado de la gran ciudad. Pero primero con los deportes de aventura y después con la lotería, he ido poniendo en marcha un negocio por año. Algunos han tenido una repercusión nacional y otros, incluso, a escala internacional.

A una persona que se pasa veinticinco horas al día ideando proyectos de futuro, no puede esperarle otra cosa que suerte de la buena. Porque no hay éxito inesperado, sino suerte trabajada que acaba conviertiéndose en Buena Suerte.

A los ocho años tenía la costumbre de ir a jugar a una montaña cerca de mi pueblo. Me encantaba ese lugar porque reunía los únicos cinco pinos en muchos kilómetros a la redonda. Con su corteza construía barcos que hacía bajar por el río y siempre me daban fruto. Era tal la estima que sentía hacia aquellos árboles que poco a poco fui alimentando la ilusión de que algún día serían de mi propiedad. Tuve que esperar cuarenta años para cumplir mi sueño. Hoy, ya no voy a buscar piñones,m ni hago barcos con su corteza, pero tengo algo mejor: un sueño hecho realidad. Y la satisfacción es aún mayor porque esa obsesión por los cinco pinos que me había perseguido desde la infancia, se ha convertido ahora en la finca mejor orientada de la comarca: encarada al sol, con vistas al sur y dando la espalda al viento del norte.

Para que la empresa sea de cine no debe tener espectadores como empleados

Si de verdad quieres que la empresa sea de cine, no puedes quedarte sentado mirando la película. En lugar de eso, dedícate a cuidar del negocio para que continúe siendo productivo. El cliente tiene que hacer de espectador, y el empleado, de director.

Cuando tenía doce años admiraba al as personas de Barcelona que venían a Sort. Mi pequeño pueblo parecía de pesebre al lado de aqeullos personajes que resaltaban como auténticos Reyes Magos, cargados de buenos coches y dinero para gastar. Estábamos en agosto y por aquellas fechas solía veranear en Sort un reconocido médico de la ciudad condal. Un día me dijo: “Xavier, no permitas jamás que nadie te pisotee. No quieras estar por encima de nadie, pero tampoco por debajo”. Tardé años en entender estas palabras. Pero hoy, cuando he tenido la oportunidad de hablar con el empresario mexicano Carlos Slim -la primera fortuna del mundo-, a pesar de que las diferencias son evidentes, el diálogo ha sido natural.

Los pequeños serán grandes, los grandes se hacen un lugar, y el lugar es para los que se atreven a ser grandes

Para hacerte grande, primero tienes que ser pequeño. Pero para emprenderlo tienes que deshacerte de todos tus complejos. Siempre me ha gustado situarme sin ningún miedo a la altura de la persona que tengo delante. Si eres propietario de una empresa con dos trabajadores y tienes ante ti a un empresario con dos mil empleados, no dejes que te intimide: si habla, tú opina; si explica, tú escucha. Debes llenarte de valor para mirar a los ojos a aquellos que ya se han hecho un sitio y convencerte de que tú también puedes conseguirlo. Lo que te hace grande es el propósito de llegar a serlo.

Una noche de verano de hace más de cuarenta años estaba paseando con mi hermano y un amigo de la familia, cuando éste comenzó a hablarnos de la Vía Láctea. Tenía doce años y era la primera vez que alguien me hablaba de astronomía con tanto detenimiento. Y así, mirando el cielo y escuchando las explicaciones, me enamoré del firmamento, los astros, los planetas, las constelaciones, los cometas, las estrellas y, muy en especial, las estrellas fugaces. Más tarde, a los cincuenta, este enamoramiento me llevó a presentarme como candidato para ser el primer turista español en viajar al espacio.

No existe medicina para los emprendedores, pero sí mucha ilusión

La ilusión es muy poderosa porque da alas al optimismo. Y con optimismo, la fantasía de un niño puede convertirse en un viaje galáctico a los cincuenta. El emprendedor está siempre cargado de energía positiva que le mantiene inspirado para seguir mejorando.